David Torres - Niños de tiza





David Torres
Niños de tiza
Algaida – 2008 – 410 páginas
(XXX Premio de Novela Tigre Juan)



Recordaba leyendo Niños de tiza del autor madrileño David Torres, Premio Tigre Juan de Novela 2008, aquellas tarde de pantalón corto en las que nos acercábamos al circo a ayudar a montar y desmontar la carpa, cual exin castillos cualquiera, con la esperanza de hacernos con una entrada o al menos con un “pase especial” para poder ver de cerca, muy de cerca, los leones, los tigres de bengala, los papagayos y los elefantes, cebras y cocodrilos. Todo un auténtico zoológico en movimiento de enorme atractivo para aquellos de ciudad que nunca habíamos visto bestiario tan fiero salvo en los cromos de los álbumes. Cierto era que los circos entonces adolecían de escasez de recursos mitológicos y leyendas urbanas, al menos los que venían aquí, a nuestro barrio. No tenían por ejemplo los tragasables, fakires o las mujeres barbudas que se paseaban por otras ciudades y tanto gustaban a los niños, aunque recuerdo que en una ocasión uno de ellos se trajo consigo a una mujer pitón: una cabeza de hermosa doncella encerrada en un cuerpo de grasiento reptil. Eran aquellas, tarde de circo, si, pero también de coches de choque, primeros pitillos a escondidas, máquinas del millón y futbolines de a perrona.
Y recordaba también al hilo de su lectura, aquellas otras tardes de pantalón corto en las que escaseaban los coches en las calles, en las que nuestra única diversión consistía en correr tras de un balón ya que casi nadie tenia bicicleta, y acaso en hacerse con las gominolas más limpias del tarro de cristal del kiosco. De todo esto y de mucho más trata Niños de tiza.
Tiene toda la razón su autor, el escritor David Torres, cuando dice que a pesar de cuanto se está editando actualmente “nunca se ha visto reflejada la Dictadura y los años de la Transición en una novela tal y como la vivieron los chavales de su generación”, que es tanto como decir de la mía propia. Y es que “Cuando la realidad se impone a la ficción”, suceden cosas como las que nos ocupan. Sucede que en todas las ciudades españolas existía un barrio San Blas, con sus yonquis, billares y peleas ilegales en los garajes de los edificios. (Yo mismo he asistido a varias en mi infancia). Con sus colegios de crucifijo y caudillo en la pared, con sus pizarras de tiza y niños en pantalón corto y postillas en las rodillas. Y como no, con sus tiendas de caramelos de cuba-libre, todas con idénticos frascos de cristal o de plástico, siempre llenos, siempre sucios, siempre pegajosos....
David Torres se ha empeñado, y ha conseguido, reflejar los años de la transición española (ya era hora), rescatando para ello el personaje de Roberto Esteban, boxeador macarra y tierno a partes iguales, que tan buen sabor de boca nos dejara en su novela El gran silencio. Pero eso si, lejos del formalismo y la noñeria de series televisivas como Cuéntame. No tengan pena por los Alcantara, como digo la realidad siempre se impone a la ficción, aunque hoy en día sería extremadamente delicado realizar una serie televisiva en un barrio como San Blas.
Roberto regresa a un barrio maloliente y abandonado por la especulación urbanística, para cuidar de su madre tras una fracasada vida como boxeador y matón de discotecas y los recuerdos se le amontonan. Aquellos amigos ya desaparecidos, la mayoría a causa de la droga, la leyenda de la Mano Negra que parece regresar de ultratumba, las bandas juveniles, el permanente recuerdo de una vieja amiga, Gema, ahogada en la piscina cuando eran tan sólo unos niños.... Pero su regreso no parece ser bien visito por todos, y algunos con los que antaño se pegaba en los descampados parecen ahora empeñados en zanjar viejas cuentas, tan viejas y sucias como sus propios rostros.
Diez capítulos como diez asaltos de un combate de boxeo para una novela que en ocasiones da la sensación de hinchada. (Tengo la impresión que con menos paginas habría ganado en consistencia). Aunque marcado el territorio y el periodo histórico en el que se desarrolla, es de justicia referirse a ella como una obra bien construida nacida de la pluma de un joven y rotundo narrador, que parece conocer bien las cloacas de las ciudades y que ya había asomado la oreja buscando su sitio dentro del convulso panorama literario español cuando con El gran silencio llegó a ser finalista del Premio Nadal en el año 2003, habiendo confirmado posteriormente su proyección con El mar en ruinas, una ambiciosa continuación de La Odisea.

 Luis García


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