Jordi Soler - Ese príncipe que fui
Jordi
Soler
Ese príncipe que fui
Alfaguara,
2015
La historia que Jordi
Soler cuenta en su nueva novela, Ese
príncipe que fui, parece completamente irreal: un hombre de la clase alta
catalana descubre en los años sesenta que en realidad es el último descendiente
directo del emperador azteca Moctezuma II. Trastornado por esta revelación, y
con la intención de aprovecharse de la corrupción y elitismo imperantes en el régimen
franquista, decide fundar una casa nobiliaria ficticia, la Soberana e Imperial
Orden de la Corona Azteca, con el
objetivo de obtener beneficios a costa de vender títulos a incautos millonarios
con ínfulas de nobleza. Su avaricia y exceso de teatralidad –se presenta en
público con una capa de plumas- hacen que algunos de los estafados decidan
denunciarlo. Finalmente huye a México, donde arruinado y sin prestigio consume
sus días junto a un par de compinches soñando entre mezcales y tequilas con ese
príncipe que fue.
La historia, sin embargo,
es totalmente cierta. Y bien conocida. Xipaguazin Moctezuma, la hija del
emperador Azteca, se casó con el barón de Toloriu don Juan de Grau, y cambió
los canales de Tenochtitlan por un pequeño pueblo en el pirineo leridano.
Alrededor de este hecho histórico se fue creando la leyenda de que en realidad
Xipaguazin y el pequeño séquito mexica que la siguió a España portaban el
tesoro de la corte azteca, que quizá quedó enterrado en la casa que habitó.
Durante la Guerra Civil esta residencia fue asaltada y destruida dando pie a especulaciones
sobre el destino del tesoro. La última figura de este teatro es precisamente el
personaje que inspira la novela de Soler, Guillermo III de Grau Moctezuma, el
hombre que se enriqueció vendiendo títulos falsos de una dompletamente irreal
casa imperial azteca.
No es la primera vez que
un libro se encarga de esta historia. El periodista y escritor Ignacio González
Orozco me informa de que en el volumen Extrañas
historias de un periodista, de Josep Maria Armengou, se cuenta la leyenda
del tesoro azteca enterrado en Lérida y las circunstancias que rodearon su
desaparición durante el conflicto civil, un tema tangencial en la novela de
Soler, más interesada en describir cómo un hombre decide comportarse como
alguien que no es y qué consecuencias tiene esta actitud en él mismo y quienes
le rodean.
Coincide su publicación
curiosamente con la magistral El impostor,
de Javier Cercas, donde también se narra cómo alguien toma la decisión
consciente de hacerse pasar por quién no es, resistente al franquismo,
superviviente del Holocausto en el caso del tristemente célebre Enric Marco,
para obtener reconocimiento social. Sin embargo, el personaje de Soler es más
turbio, ya que mientras que Marco solo busca ser escuchado y a la postre amado,
el príncipe Moctezuma quiere además los privilegios y el bienestar material que
ofrece la aristocracia, algo que para el protagonista solo son “monogramas,
oropeles y sobre todo displicencia”.
Su protagonista, más que
un rockstar de la impostura y la mentira como Enric Marco, es un caso de picaresca
y calculada ingenuidad. Convencido de que la aristocracia y sus distinciones “valen
en la medida en que la gente cree en ellas”, decide convertirse en “principe
accidental” para gozar de los privilegios que le ofrece un sistema que premia a
los granujas. Esto lo utiliza Soler para lanzar una reflexión más profunda
sobre el origen de todo privilegio social basado en la sangre y la tradición en
vez de en el mérito y el esfuerzo. Ese
príncipe que fui se convierte en una reflexión sobre lo que vale nuestra
mascarada social y nos ofrece mecanismos para entender cómo personas que solo
ostentan un título pueden embaucar a administraciones y altos cargos políticos
agitando su particular capa de plumas con el fin exclusivo de llenarse los
bolsillos. Creo que es ocioso dar nombres.
Soler ha conseguido en
poco más de 200 páginas concentrar una tesis de actualidad: cómo se crean y se
mantienen los privilegios, cómo se convence a otras personas de que existen
estos derechos y deben respetarse, y finalmente cómo esta ficción sustentada en
la historia se convierte en beneficios en el presente. Sorprendentemente una
novela que empieza con una anécdota que parece imposible deviene en gran
metáfora costumbrista del tiempo que vivimos en este país.
©
Iván Alonso
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